¿Hermanos o rivales? Una reflexión acerca de cómo los hijos tejen (y destejen) su relación

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“Mi madre decía que querer a un hermano no significa elegir a alguien a quien querer; sino encontrarte a tu lado a alguien a quien no has elegido, y quererlo”.
Mio fratello persigue dinosaurios, de Giacomo Mazzariol.

Cada noche, antes de ir a dormir, entro en la habitación de mis hijos para realizar un último chequeo. Es un gesto maternal arraigado en mí, quizás heredado de mi propia madre. Principalmente me aseguro de que estén bien tapados y que no hayan dado “la vuelta al mundo en la cama”. A menudo los encuentro entrelazando sus manos o abrazándose. Sé que no se han quedado dormidos así; es la manifestación del amor que se han reprimido durante el día y que fluye libremente cuando al fin bajan la guardia.

Fuera del horario escolar, mis hijos parecen estar en constante conflicto. Cualquier motivo es suficiente para desencadenar una disputa: quién se ducha primero, quién se queda con el último yogur, quién es dueño de una pieza de Lego, aunque ambos tengan más que suficientes. Las burlas y los manotazos son la banda sonora de mi hogar, y a menudo me encuentro atrapada en el medio de sus disputas, luchando por mantener la calma mientras mi papel de madre se ve cuestionado una y otra vez.

Recientemente, al dejarlos en el colegio, experimenté una profunda tristeza. Llegamos tarde y enojados después de otra pelea matutina, y su despedida fría y apresurada me dejó con el corazón roto. Mientras los observaba alejarse, uno rápidamente adelante y el otro intentando alcanzarlo, una sensación de impotencia se apoderó de mí. Sentí que, a pesar de mis mejores esfuerzos, no había logrado crear un vínculo de amor recíproco entre ellos, y que era incapaz de remediarlo.

No puedo devolver a mi hijo mayor lo que cree que su hermano le ha quitado, ni fortalecer el amor propio de mi hijo menor, amenazado diariamente por las tiranías de su hermano mayor. Sabía que esto podía suceder, pero presenciarlo me duele. Me pregunto qué más puedo hacer. Como madre, soy una mediadora en un constante intento por mantener la paz en mi hogar. No deseo manipular sus sentimientos ni imponer reglas sobre cómo deben relacionarse entre sí. Conozco las cicatrices que dejan las uñas en la piel y los empujones, he participado en la dinámica de insultos para molestar, en el juego del chivato con mamá y papá. Soy la tercera de cuatro, he experimentado el repertorio entero. Es una parte inevitable del crecimiento, pero a veces me pregunto si podré sanarla completamente.