Si bien el Día de la Madre es un espacio de celebración, para muchos también es un momento que activa emociones que nos restringen y limitan: culpa, tristeza, ansiedad o resentimiento. Honrar a las madres también implica comprender que cada una hizo lo mejor que pudo con las herramientas, recursos y niveles de conciencia que tenía. E incluso comprender que la gran mayoría de las madres fueron más allá de sus fronteras para cumplir con misión de cuidar a sus hijas e hijos. Esta mirada no niega el sufrimiento que para algunos significa esa relación, pero permite abordarlo con compasión, comprensión y menos juicios.
En este contexto, Pablo Fuenzalida —especialista en transformación humana con más de 23 años de trayectoria, fundador de Dinámicas Humanas y DhumanLab, y creador de la experiencia Expansión Sin Límites— propone una reflexión profunda: ¿cómo influye hoy la relación que tuvimos con nuestra madre en nuestra vida emocional? ¿Y cómo podemos comenzar a sanar ese vínculo desde la conciencia, sin exigencias ni culpas? Y particularmente ¿cómo asumimos la responsabilidad por nuestros sentimientos y vidas actuales, más allá de cómo se configuró esa relación?; este es el mayor signo de madurez. Desde la neurociencia, el cuerpo y la conciencia aplicada, Pablo invita a reconocer, comprender y transformar.
Para muchos, la relación con la madre no se cierra con la infancia. Estudios psicológicos confirman que los primeros vínculos afectivos dejan una marca duradera. La teoría del apego sostiene que los lazos tempranos modelan, de forma inconsciente, la manera en que nos vinculamos con los demás y con nosotros mismos. Un apego seguro construye confianza, autoestima y relaciones sanas, pero uno inseguro —evitativo, ambivalente o desorganizado— puede traducirse en adultos que sienten que deben ganarse el amor, que viven con la sensación de no ser suficientes, o que se desconectan de lo que sienten.
Pero hablar de sanar el vínculo no es sinónimo de juzgar. Sino es comprender que cada mujer fue, en su momento, una buena madre con los recursos disponibles, con las condiciones emocionales y las herramientas que tuvo a mano; y que al igual que todo ser humano viene con su historias, sus propias heridas y situaciones no resueltas. Esta comprensión no anula las heridas, pero permite abordarlas sin negación y por sobre todo sin idealización, desde una nueva posibilidad: la de transformar el relato que nos contamos.
En este contexto, y en el marco del Día de la Madre, Pablo Fuenzalida, especialista en transformación humana, invita a reflexionar sobre las emociones no resueltas que este vínculo despierta en la adultez, y entrega herramientas concretas para comenzar a sanarlas desde la conciencia, el cuerpo y el trabajo emocional profundo.
Con más de 23 años de trayectoria, Pablo ha acompañado a más de 7.000 personas en procesos reales de cambio, y ha liderado más de 100 procesos organizacionales en empresas como Enel, Codelco y Clínica Alemana, entre otras. Fundador de Dinámicas Humanas, DhumanLab y creador de la experiencia vivencial Expansión Sin Límites, su enfoque integra neurociencia, física cuántica, bioenergética, liderazgo emocional y espiritualidad práctica, con un lenguaje claro, emocionalmente comprensible y científicamente respaldado. Más que repetir fórmulas, Pablo propone un camino de transformación personal basado en experiencia, evidencia y propósito: comprender cómo nos transformamos los seres humanos y activar desde ahí una nueva forma de habitarnos.
Basado en su experiencia, Pablo Fuenzalida explica que “las emociones de la madre durante el embarazo, como el miedo, la culpa, la alegría o la ternura, ya influyen en el feto. El entorno emocional se transmite biológicamente. Aprendemos desde antes de nacer cómo es habitar este mundo.”
Siguiendo con el vínculo materno, uno de los puntos más profundos que plantea el experto es que el sufrimiento no siempre nace de lo vivido, sino de lo imaginado. “La herida no es lo que pasó, sino que es la interpretación irreflexiva, natural de los primeros años, del contraste entre lo que recibimos y lo que necesitábamos, que es nuestra expectativa inocente e inconsciente. Mucho del resentimiento adulto con la madre proviene de la expectativa de la madre que quise tener, en un modelo idealizado y fuera de la realidad humana. Esa distancia entre lo que imaginé y lo que recibí genera una herida silenciosa e inconsciente.” En palabras simples: duele no solo lo que faltó, sino lo que no supimos soltar.
Además se refiere al “deber ser” como cárcel emocional. Tanto madres como hijos arrastran modelos internalizados de cómo deberían haber sido. Y esos modelos, la gran mayoría de las veces idealizados, carentes de realidad o desactualizados (provienen de antiguos contextos culturales), generan culpa. “La culpa es una emoción aprendida. Nace del juicio que hacemos entre cómo actuamos y cómo creemos que deberíamos haber actuado. Pero ese modelo muchas veces ni siquiera es realista: solo es heredado.”, asegura. Así, las madres se sienten culpables por no cumplir con una imagen inalcanzable. Y los hijos también, por no encajar en las versiones que aprendieron que eran aceptables.
Otro punto relevante son los traumas invisibles que moldean nuestra vida. Más allá de los grandes eventos traumáticos, Pablo pone foco en los llamados “traumas con t minúscula”: carencias sutiles, repetidas en el tiempo. “El abrazo que no recibí. El reconocimiento que nunca llegó. El silencio en momentos clave. No son eventos dramáticos, pero van configurando una identidad que cree que no vale lo suficiente.”, explica. Estas pequeñas heridas moldean cómo nos relacionamos, cómo nos defendemos, cómo amamos… y cómo nos protegemos de ser amados.
Otra capa menos visible, pero igualmente poderosa, es la que se hereda desde el lenguaje del cuidado: El miedo como herencia emocional: “Cuando de niños escuchamos constantemente ‘¡no!’, ‘¡cuidado!’, aprendemos a movernos desde el miedo y generamos una relación con el mundo desde el peligro. Ese miedo lo transmitieron quienes nos amaban, buscando protegernos de nuestro impulso vital de explorar y conocer el mundo con nuestros sentidos. Esos límites necesarios para cuidarnos también nos marcaron.”, explica el experto.
¿Y si sanar no dependiera del otro? Pablo es claro: no se trata de cambiar a la madre. Se trata de transformar la forma en que nos hemos contado esa historia porque hoy impacta en nuestro mundo emocional. “No es necesario que la madre cambie. Ni siquiera que esté viva. Sanar es resolver la forma que me viví esa experiencia. Es mi trabajo, no el de ella… El mayor acto de madurez es comprender que lo que siento es mi responsabilidad. Eso no significa culpabilizarme. Significa que tengo el poder y la posibilidad de transformarme.”
Herramientas concretas: cuerpo, emoción y relato
Pablo invita a comenzar por lo más básico: reconocer lo que sentimos sin pelear con ello. Y sugiere herramientas aplicables:
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La respiración: “Cambiar el ritmo respiratorio durante dos minutos puede alterar nuestra fisiología. Eso cambia el estado emocional. Y eso cambia la percepción.” “Particularmente la respiración pausada y profunda, calma, genera paz”
Al repetirlo de forma constante y con frecuencia, estaremos conectando con mayor frecuencia con estas emociones -
Revisar el estado de ánimo base: “A veces no es la emoción puntual la que domina, sino el estado de ánimo en que vivimos pegados. Ese estado está sostenido por un relato interno que no vemos, pero repetimos y es la base del diálogo interno.”
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Modificar el relato que sostiene el sufrimiento: “Si vivo resentido, probablemente creo que el mundo es injusto conmigo. Y mientras no revise esa creencia, ese estado de ánimo seguirá siendo mi casa.”
Este Día de la Madre puede ser más que una fecha para regalar flores. Puede ser una invitación a mirar con honestidad. A reconocer lo que nos genera un sufrimiento constante. A comprender lo que fue posible… y lo que no. Y, desde ahí, comenzar a construir una nueva relación. Con nuestra madre, pero sobre todo, con nosotros mismos. “Lo que tú logres transformar, transforma el todo. Porque todo está conectado con todo lo demás. Por donde inicies tu transformación, no importa. Lo importante es que hagas el trabajo”, concluye Pablo Fuenzalida.
Más información @pablofuenzalida.oficial y en su LinkedIn Pablo Andrés Fuenzalida